A Antonio y Álvaro, niños que han sido tocados por la varita mágica de
la Miastenia Gravis. Antes de nada, perdonadme, chavales, por haber tenido que difuminar vuestra cara.
Cosas de la protección a los menores. Ya sabéis. Nos hemos conocido hace poco,
Antonio, Álvaro. Una audiencia real nada menos. Ibais con vuestra madre, con
vuestro padre, a hacer visible esa amiga que tenemos en común y que tantos
sinsabores nos ha ido dejando a lo largo del tiempo. Un tiempo que, en vuestro
caso, casi ha estado dedicado en su totalidad a la lucha, al dolor, al
enfrentamiento con una historia para la que nadie está preparado, pero menos
cuando apenas se levantan unos palmos del suelo. Lo que para algunos es el
tranquilo y alegre camino de la niñez, para vosotros tiene espinas.
No lo sabéis ya que hablamos muy poquito en aquel entorno “apabullante”
pero yo, que conocí a la Miastenia habiendo pasado ya la cincuentena, siempre
he estado rodeado de niños. He sido, y fijaros que digo “he sido” y no “soy”,
maestro. Durante más de treinta años, mi mundo habéis sido vosotros y solo un
zarpazo de esa bestia feroz que nos acosa me ha apartado del aula donde he sido
feliz.
Por todo esto, Antonio, Álvaro, encontrarme con vosotros, con dos niños
como los que han sido mis alumnos, me ha traído recuerdos alegres aunque
empañados por esa rara Miastenia sin la que apenas habéis conocido el
mundo. Tuve que hacer esfuerzos para no
sacar la vena docente y sentirme con vosotros como en casa, es decir, como en
el cole. Últimamente, cada vez que tengo que volver a la escuela a llevar tal o
cual papel, siento un nudo en el estómago cuando oigo el rumor de los niños en
sus clases, en el patio, en los pasillos. Algunos me dicen “hola profe, ¿cuándo
vas a venir? y entonces me cuesta mucho contestar que no, que no volveré, que
mi mundo se terminó cuando alguien –ese médico llamado neurólogo al que
vosotros conocéis casi más que a la doctora que a los demás les cura la gripe- escribió
MIASTENIA en un papel.
Del otro día fuisteis un soplo de aire fresco en la seriedad
circunspecta (ya tenéis un ejercicio de
buscar en el diccionario…. circunspec… qué….) en la que toda la Asociación
se movía antes de entrar a ver a la Princesa Letizia. Y vosotros, con la mirada
tierna e inocente, entrasteis también a aquel palacio que no era de cuento
aunque sí que teníais con vosotros a la bruja Miastenia que se había escapado
de otra historia, la vuestra.
Letizia os revolvió el pelo, os sonrió y os preguntó por el cole, por
vuestra familia, por qué os sucede cada mañana cuando, con el colacao, tomáis esas pastillejas que los
otros niños no pueden disfrutar. Y vuestra respuesta, como niños que sois, pudo
dejar maravillado al mundo “normal”, ese que no sabe lo que es una enfermedad “rara”.
Quizá para vosotros la normalidad tiene un tinte miasténico que los demás hemos
tardado mucho en admitir. Quizá vosotros sois esos “pequeños grandes hombres”
capaces de llevar sobre los hombros una carga inmensa que los mayores
arrastramos con pena. Le disteis una lección al profe. Es verdad eso de que los
maestros aprendemos mucho de los niños y
no solo al revés.
Antonio, Álvaro, sé que llevareis la cabeza alta frente a la
enfermedad, frente a todos y a todo. Sé que venceréis ya que el tiempo está a vuestro
favor. Sé que, más temprano que tarde, alguien pondrá en vuestra mesa de
trabajo, junto a las libretas y los rotuladores, una pastilla de futuro que
será distinta y que os hará saltar por encima de esos primeros años que, quizá,
os ha costado un poquito superar.
El futuro es vuestro. Ninguna Miastenia por muy “Gravis” que sea podrá
con vuestra sonrisa luminosa, con vuestro gesto amable y tierno. Ánimo,
Antonio. Ánimo, Álvaro. Todos estamos con vosotros. Este viejo profe a punto de
decir adiós a sus chavales, también. Gracias por vuestro empuje, por vuestras
ganas de vivir. La vida es vuestra. Os espera.
gracias soy ANTONIO
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