Recuerdo los viejos tiempos en que un buen desayuno consistía en la rebanada de pan integral con su reguerillo de aceite de oliva virgen extra mojada con su leche desnatada y cereales solubles aderezados con un toque de miel. Al lado, el zumo de naranja dispuesto a refrescar vitaminadamente el comienzo del día y, cerca, quizá una loncha de pavo sin grasa. Tal vez también una fruta troceada y algo de queso fresco...Todo light. Todo sano.
Pero un día apareció para quedarse nuestra amiga Miastenia. Y, tal y como es ella, decidió acompañarnos en el familiar acto mañanero del desayuno.
Antes nos había visitado otra vecina, la hipertensión, así que la mesa empezó a quedarse pequeña y la alegre camaradería que abría nuestros ojos a la nueva jornada empezó a tomar derroteros muy diferentes.
Si en un principio los alimentos eran los protagonistas del momento, ahora sus invitadas las medicinas han tomado al asalto la situación.
Un sorbito de leche no va acompañado, como suele ser habitual por el saludable mordisco integral. No. Entre ambas propuestas has de hacer un hueco a la Piridostigmina. La llamo así para enfadarle ya que le encanta más su apelativo dicharachero, es decir Mestinón. Es curioso que, como el mar y la mar, la misma sustancia, el mismo concepto, se nos cuele como masculino y como femenino. Cuando ya se encamina hacia tus tractos digestivos, su amiga la Prednisona te hace un guiño desde el platillo donde la has colocado con sus adláteres. Y tú la miras con ojos cariñosos y te la lanzas hacia la epiglotis haciendo un lance que ni los mejores del arte de Cúchares.
El pavo se siente celoso, o quizá menospreciado, si añades al coctel una pizca de Indapamida por aquello de la presión sanguínea y otro sorbo de naranja te ayuda a empujarle hacia “tus adentros” –Aquí ya la faena va tornándose en bolero o en copla-.
Claro que hemos olvidado mencionar que todos estos suplementos con que enriqueces ¿o cueces? tu alegre desayuno necesitan llevar un perro guardián que les impida disgregarte las paredes del estómago así que antes siquiera de paladear el Eko lacteado has de añadir a tu dieta la capsulita rojiblanca del Omeprazol.
Miras al platillo y está ya huérfano de grageas, pastillas y otras sustancias dopantes. Aun renquea el pan y un culín de zumo te llama ansioso desde el vaso.
Entonces te preguntas si has desayunado para sentirte bien y con fuerzas el resto del día o simplemente has tenido que comer y beber para que la pléyade de medicinas puedan pasar sin esfuerzo la frontera esofágica.
Duda existencial para la que tardarás en tener respuesta…
Pasan las horas y llega el momento “almuerzo”. Claro que, esa es otra historia…