Cuando uno ya tiene la solución del problema es sencillo decir ¡ya lo sabía!. El problema es adivinar las pistas que nos llevarán a la resolución.
¿Qué sucede cuando un día te levantas y observas que los contornos de los objetos que te rodean son ligeramente fluctuantes? Piensas...¿bebí ayer más de la cuenta? ¿Hay un ligero terremoto que mis otros sentidos no detectan? Quizá una indiscreta legañilla mantiene a medio abrir los ojos y el efecto que produce es esa mezcla entre borroso y doble?
Tras las oportunas abluciones descubres que tú también eres doble ante el espejo y las cuchillas de la superGillete esa de última generación no son cinco o seis sino una docena. Te espantas de que la ciencia moderna sea capaz de semejantes atrocidades ¿meter doce cuchillas en apenas un centímetro? pero como decía Don Hilarión, como todo avanza que es una barbaridad, pues nada, que te dispones a salir a la calle con la alegría propia de volver al trabajo un día más.
La salida es ligeramente traumática. Los viejos árboles del Paseo, los raíles del tranvía, los transeuntes... todo tiene otra dimensión. Los semáforos no son ya aburridos y tricolores sino que producen destellos propios de la discoteca más cool que imaginar pudiera. Los railes del tranvía podrían abrazar patines de cuatro ruedas y, lo más grave, cuando te dispones a cruzar la calle has de adivinar cuántos coches hay en realidad a punto de saltar sobre ti.
Cierras y abres. Abres y cierras los ojos para intentar que todas esas partes que una vez estudiaste como componentes de tu globo ocular se afiancen y queden en su lugar correspondiente. Parece que lo consigues. Avanzas rápido para llegar a tu destino sin que nada ni nadie se oponga a ello. Ya queda menos, te dices... cuando divisas la puerta del Colegio.
Respiras hondo. Has llegado bien. Las cuadrillas de automóviles que ya no sabes cuántos son, no te han atropellado aunque ciertos bordillos se te han resistido por cuanto han decidido multiplicarse como en el mandato bíblico. Respiras de nuevo. Conoces las escaleras, así que aunque te parecen las escalinatas del Sacre Coeur, imaginas que siguen siendo las mismas de ayer y te lanzas a escalarlas temerariamente.
Suena la sirena (de vuelta al trabajo, como diría Victor Jara) y las hordas de pequeñuelos de lanzan al abordaje. Las mochilas van golpeando con sus infernales ruedas los escalones y realmente parece que el número de alumnos ha crecido al mismo nivel que tú los ves.
La puerta se abre y entran y entran, y entran... ¿cuántos has visto adentarse raudos y veloces? ¿Sesenta? No puede ser. Ah, claro, es que hay dos de cada uno, como en las ofertas del Carrefour. ¡Casi ná!.
Las tablas de muchos años hacen que todo funcione más o menos cuando el campo de visión es "a lo lejos" pero si hay que leer... ¡Dios mio! ¿Y corregir un cuaderno? ¡Santa Virgen del Perpetuo Socorro!. Imposible de los Imposibles.
-Vamos a corregirnos los unos a los otros... ¡apaño provisional!...
Y así un día y otro hasta que continuar se hace demasiado cuesta arriba. Aun el ojo no había hecho ese guiño cómplice que se acercaba. Pero el problema se estaba fraguando. Luego supe que se llama DIPLOPIA, aunque durante tiempo me costó trabajo saber si tenía o no tilde...
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