viernes, 21 de enero de 2011

Potencial evocador...



La primera visita a la sala de las torturas tuvo lugar en un ambiente distendido y silencioso. La luz tenue y la voz aterciopelada del personal daba al escenario un cálido halo de placidez. Una pantalla al más viejo estilo pop-art de, por ejemplo, aquellos sesenteros "Los Vengadores", un gorro de goma que casi te faculta para nadar los tropecientos metros espalda,  unos finos electrodos de colores, esa gelatina que podría ser la brillantina de Grease y la gafa que te tapa alternativamente un ojo o el otro.
Se trataba de investigar esa peculiar forma de ver que nadie había identificado aun...

Pues allá vamos. La pantalla se ilumina rápidamente y los cuadrados de colores pasan, giran, desaparecen, brotan, cambian, se esfuman, caen... una divertida cascada de potenciales evocados. ¿Quién pone los nombres a las pruebas diagnósticas? Premio para este. Evocar... curioso concepto frente a una sucesión de colores. Bonito, sugerente...

Luego alguien me dijo, el oftalmólogo creo, que nada de evocador, que era "evocados" pero bueno, me dije, qué mas da ponerlo en español que en portugués, por decir algo... Que la realidad no te estropee una buena noticia. O una buena comparación en este caso.

La segunda parte del show estaba a punto de comenzar tras despojarte del gorro y los electrodos. Menos mal que la estancia carecía de espejos.
-Pase a la camilla, oyes en medio de la penumbra.
Y efectivamente palpas una superficie acolchada con su sábana y todo sobre la que te dejas caer con cierta aprensión. Recordemos que la luz solo es un resquicio a través de la puerta.
Gotitas escocedoras pa tus ojitos y a esperar.
¿Qué atraviesa tu mente mientras deseas fervientemente acabar ya? Que cada cual se coloque virtualmente en el lugar y deje volar su imaginación.
El caso es que cuando más tranquilo empiezas a estar o quizá cuando de tanto nervio ya no te queda músculo que mover, el personal se te acerca de nuevo. Y su voz, tan melodiosa como antes, te indica que ¡oh, Dios mío! te van a colocar unas lentillas duras y conectadas a unos cables sobre tus dos ojos.
Y así sucede. No mueva los ojos. No los cierre. Quieto todo el mundo...
Dios del Sinaí, y además te dicen que te vas a quedar quince minutos o algo así con los cristalillos pegados a los ojos y SIN CERRARLOS.  No te lo puedes creer. ¿Serás capaz?

Pues no. Al instante siguiente, aunque quieres profundamente no parpadear, pues parpadeas. Y los cablecillos a tomar viento fresco. En algún lugar se debe encender una alarma ya que se aproximan rápidamente los operarios especialistas y te dicen que ¡ay, ay! que cuidadin, cuidadin, que la cosa puede salir mal... que te portes bien y que los ojos abiertos, abiertos, abiertos.
Prometes sinceramente intentarlo y vuelve la oscuridad.
Seguramente las gotas ya han hecho su efecto porque te sientes como el tipo aquel de La Naranja Mecánica con los alambritos sujetando los párpados, pero sin alambres ni corsés. ¡Sin manos! ¡Más dificil todavia!.
Pasan los interminables minutos y crees sucumbir a Morfeo. Pero si duermes, has de cerrar los ojos, así que aprietas los puños, haces que baile tu diafragma o mueves los dedos de los pies con tal de permanecer en estado de vigilia. ¿O la vigilia es cuando estás más p´allá que p´acá?
Ajeno a las disquisiciones lingüisticas no te das cuenta de que el electrorretinograma fotópico sigue su marcha y que los portadores de la bata blanca han aparecido en mitad de las tinieblas con unos focos discotequeros cutres, eso si, que solo destellan en azul y en rojo.
-Ahora encendermos las luces de los focos, pero usted siga con los ojos abiertos. ¡Manda narices, oiga!.
Y una y otra y otra más. Solo falta la músiquilla de Boney M (Uno es que ya va para mayorcito).

-Descanse unos momentos. Todo ha terminado.

Entonces te parece que San Pedro en persona vendrá a saludarte. ¿Todo ha terminado? ¡Qué tétrico, no!

-Aguarde fuera. En el baño tiene una toalla limpia.

¿Una toalla? ¿Acaso hay que ducharse ahora? Te pasas la mano por el pelo descuidadamente y encuentras la solución al enigma. ¡La brillantina gelatinosa de los colorines! Si. Sigue ahí, dándote ese aspecto de loco recien escapado del manicomio más cercano.
Con el pelo tieso y los ojos abiertos al 250 %, sales de la oscuridad como un zombi y te paseas entre otros espantados pacientes que aguardan en silencio su turno. Llegas al baño y te observas en el espejo.
Las palabras huyen de ti y eres incapaz de describir tu aspecto.

Fuera es mediodia. Y las gentes van y vienen sin saber que la lotería te puede tocar así, sin mas...

Los resultados los llevas en un sobre azul.  Lo abres con ansiedad y lees que todo está normal. Que si ves raro es porque eres raro. Que ya vas teniendo una edad, chaval, ¿qué querías?.

Y nada, a continuar. Todo acababa de empezar. El camino tenía muchas más piedras. Todavia no le habíamos puesto nombre a una de ellas: Miastenia.

jueves, 20 de enero de 2011

Multiplicando por dos...




Cuando uno ya tiene la solución del problema es sencillo decir ¡ya lo sabía!. El problema es adivinar las pistas que nos llevarán a la resolución.
¿Qué sucede cuando un día te levantas y observas que los contornos de los objetos que te rodean son ligeramente fluctuantes? Piensas...¿bebí ayer más de la cuenta? ¿Hay un ligero terremoto que mis otros sentidos no detectan? Quizá una indiscreta legañilla mantiene a medio abrir los ojos y el efecto que produce es esa mezcla entre borroso y doble?

Tras las oportunas abluciones descubres que tú también eres doble ante el espejo y las cuchillas  de la superGillete esa de última generación no son cinco o seis sino una docena. Te espantas de que la ciencia moderna sea capaz de semejantes atrocidades ¿meter doce cuchillas en apenas un centímetro? pero como decía Don Hilarión, como todo avanza que es una barbaridad, pues nada, que te dispones a salir a la calle con la alegría propia de volver al trabajo un día más.

La salida es ligeramente traumática. Los viejos árboles del Paseo, los raíles del tranvía, los transeuntes... todo tiene otra dimensión. Los semáforos no son ya aburridos y tricolores sino que producen destellos propios de la discoteca más cool que imaginar pudiera. Los railes del tranvía podrían abrazar patines de cuatro ruedas y, lo más grave, cuando te dispones a cruzar la calle has de adivinar cuántos coches hay en realidad a punto de saltar sobre ti.

Cierras y abres. Abres y cierras los ojos para intentar que todas esas partes que una vez estudiaste como componentes de tu globo ocular se afiancen y queden en su lugar correspondiente. Parece que lo consigues. Avanzas rápido para llegar a tu destino sin que nada ni nadie se oponga a ello. Ya queda menos, te dices... cuando divisas la puerta del Colegio.

Respiras hondo. Has llegado bien. Las cuadrillas de automóviles que ya no sabes cuántos son, no te han atropellado aunque ciertos bordillos se te han resistido por cuanto han decidido multiplicarse como en el mandato bíblico. Respiras de nuevo. Conoces las escaleras, así que aunque te parecen las escalinatas del Sacre Coeur, imaginas que siguen siendo las mismas de ayer y te lanzas a escalarlas temerariamente.

Suena la sirena (de vuelta al trabajo, como diría Victor Jara) y las hordas de pequeñuelos de lanzan al abordaje. Las mochilas van golpeando con sus infernales ruedas los escalones y realmente parece que el número de alumnos ha crecido al mismo nivel que tú los ves.
La puerta se abre y entran y entran, y entran... ¿cuántos has visto adentarse raudos y veloces? ¿Sesenta? No puede ser. Ah, claro, es que hay dos de cada uno, como en las ofertas del Carrefour. ¡Casi ná!.
Las tablas de muchos años hacen que todo funcione más o menos cuando el campo de visión es "a lo lejos" pero si hay que leer... ¡Dios mio! ¿Y corregir un cuaderno? ¡Santa Virgen del Perpetuo Socorro!. Imposible de los Imposibles.
-Vamos a corregirnos los unos a los otros... ¡apaño provisional!...

Y así un día y otro hasta que continuar se hace demasiado cuesta arriba. Aun el ojo no había hecho ese guiño cómplice que se acercaba. Pero el problema se estaba fraguando. Luego supe que se llama DIPLOPIA, aunque durante tiempo me costó trabajo saber si tenía o no tilde...

Ella llama a tu puerta...



Las enfermedades son esa lotería cuyo premio gordo te cae sin haber siquiera comprado una miserable participación de un euro y pico. Si además son raras.... pues ya puedes ir retirándote como el Pancho del anuncio.
Un día estás en tu trabajo, como siempre, como cada mañana, y alguien te mira con cierta extrañeza. ¿Qué te pasa en el ojo?, te dicen.
-¿A mi?, Nada. ¿Qué me va a pasar?.
Entonces corres al espejo del cuarto de baño y allí estás, guiñándote un ojo a ti mismo y maldiciendo a la mota de polvo que se te debe haber metido produciendo esa pequeña ¿inflamación?.
Llevas un tiempo en que piensas que debes cambiarte las gafas ya que quizá ves un poco peor, eso si, pero el oftalmólogo no te ha descubierto mas que esas cosas propias de la edad...
Así que la vida sigue. Esperas unos días y, en vista de que el ojo sube y baja -mas bien baja- cuando le parece, decides acercarte a ver a tu doctora de confianza y te quitas las gafas de sol que hábilmente te has colocado hasta en los más profundos interiores para que el personal no advierta cómo los miras ahora con ese ojillo dislocaito...
Y ella, con la parsimonia que da el haber conocido a tantas y tantas loterías de esas que te tocan sin haber comprado el décimo -repetimos-, te indica el camino hacia un neurólogo aunque no te cuenta que estás a punto de conocer a una amiga nueva que te acompañará para siempre.
Como las citas médicas no se consiguen asi como así, llega el verano y decides irte de vacaciones. Menos mal que con el sol en su más alta graduación a nadie le extraña que las gafas de sol sean tu gadget más preciado.
Te apuntas a un tour por la Europa de toda la vida y te vas observando en los espejos mañaneros. El ojo, en caída libre, parece que no está por la labor de descubrir monumentos y rutas turísticas, pero tú, más fuerte que él, te dices, sigues con tu viaje escondido tras las sunglasses.
Vuelves con la cita neurológica pegada al pantalón y le das la mano al neurólogo, inocentemente, como los niños que se enfrentan a la primera vacuna.
Ignoras que estás a punto de que te presenten a una amiga que ya nunca te abandonará. (¡Eso es amistad, si señor!).
Acabas de conocer, por su nombre, a doña MIASTENIA. Y. en breve, ella te acompañará por un largo camino de pruebas, análisis, estudios y catálogos médicos.
Ha empezado guiñándote el ojo, pero sus intenciones son perversas. Aun no lo sabes pero ella tiene muchas cosas preparadas para ti. ¡Te quiere tanto!...