jueves, 20 de enero de 2011

Ella llama a tu puerta...



Las enfermedades son esa lotería cuyo premio gordo te cae sin haber siquiera comprado una miserable participación de un euro y pico. Si además son raras.... pues ya puedes ir retirándote como el Pancho del anuncio.
Un día estás en tu trabajo, como siempre, como cada mañana, y alguien te mira con cierta extrañeza. ¿Qué te pasa en el ojo?, te dicen.
-¿A mi?, Nada. ¿Qué me va a pasar?.
Entonces corres al espejo del cuarto de baño y allí estás, guiñándote un ojo a ti mismo y maldiciendo a la mota de polvo que se te debe haber metido produciendo esa pequeña ¿inflamación?.
Llevas un tiempo en que piensas que debes cambiarte las gafas ya que quizá ves un poco peor, eso si, pero el oftalmólogo no te ha descubierto mas que esas cosas propias de la edad...
Así que la vida sigue. Esperas unos días y, en vista de que el ojo sube y baja -mas bien baja- cuando le parece, decides acercarte a ver a tu doctora de confianza y te quitas las gafas de sol que hábilmente te has colocado hasta en los más profundos interiores para que el personal no advierta cómo los miras ahora con ese ojillo dislocaito...
Y ella, con la parsimonia que da el haber conocido a tantas y tantas loterías de esas que te tocan sin haber comprado el décimo -repetimos-, te indica el camino hacia un neurólogo aunque no te cuenta que estás a punto de conocer a una amiga nueva que te acompañará para siempre.
Como las citas médicas no se consiguen asi como así, llega el verano y decides irte de vacaciones. Menos mal que con el sol en su más alta graduación a nadie le extraña que las gafas de sol sean tu gadget más preciado.
Te apuntas a un tour por la Europa de toda la vida y te vas observando en los espejos mañaneros. El ojo, en caída libre, parece que no está por la labor de descubrir monumentos y rutas turísticas, pero tú, más fuerte que él, te dices, sigues con tu viaje escondido tras las sunglasses.
Vuelves con la cita neurológica pegada al pantalón y le das la mano al neurólogo, inocentemente, como los niños que se enfrentan a la primera vacuna.
Ignoras que estás a punto de que te presenten a una amiga que ya nunca te abandonará. (¡Eso es amistad, si señor!).
Acabas de conocer, por su nombre, a doña MIASTENIA. Y. en breve, ella te acompañará por un largo camino de pruebas, análisis, estudios y catálogos médicos.
Ha empezado guiñándote el ojo, pero sus intenciones son perversas. Aun no lo sabes pero ella tiene muchas cosas preparadas para ti. ¡Te quiere tanto!...

1 comentario:

  1. Quiero ser uno de los primeros que comente en este nuevo blog unas letras animosas; un blog del que se pueden esperar finas reflexiones, cierto humor en las formas y sana intención de emitir “un grito” camuflado en palabras. Y si amigo, que te oigan todos lo que quieran, escuchar primero y comprender después. Uno acomete mejor la andadura del nuevo camino cuando te acompaña gente afín. Si tus pies en ocasiones van solos y mal calzados apenas tienen fuerzas de dar un paso y nadie te coge del brazo y anima, aquí tienes al Fer. A. quien en lo que pueda, te guiña su ojo (el izquierdo mejor) miope y cercano al glaucoma, en plan aquí estoy orgulloso y contento de poder decir a grito (otro) pelao que tengo un amigo miasténico.
    Y lo que farda observar que ningún oyente al que le cuentas sobre este tema, sabe de lo que hablamos, otorgando el consabido interés que eso adjudica al afectado como si fuera algo que te hace destacar entre una vulgar media. Animo en todo, seguiré tus relatos miastenicos, un modo muy bonito de conllevar compartida, tu “relación con ella”. Siempre. Fer. A.

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